21 de noviembre de 2024

Quinientos cuarenta puertas (Cuento)

Escritor y Académico, Virgilio López Azuán

Por Virgilio López Azuán

El héroe cayó herido en la batalla y Valquiria se le presentó con su deslumbrante belleza. El guerrero se llevó la mano al pecho donde la sangre le brotaba con un color púrpura brillante. Ella tenía la misión de rescatarlo, de llevarlo al valle para ser curado por las vírgenes y que pueda volver a la guerra.

Lo tomó entre sus brazos y lo cargó como si el héroe fuera una pluma. Al momento ya flotaban en el aire. Una canción salió de los labios de Valquiria. El olor de la muerte lo sentía en todo el derredor. Por eso no paraba de cantar. Debía llevarlo al valle antes del anochecer porque Odín no le perdonaría si en este intento el héroe perdiera la vida. Odín ya sabía sobre la guerra que se avecinaba y todavía no tenía preparado el ejército que lo conduciría a la victoria, por eso cuidaba tanto a sus soldados.

Valquiria perdió la cuenta de las veces que llevó al mismo héroe al valle, donde le esperaban las vírgenes que lo curarían. Poseían hidromiel en varias vasijas. Al tomarla el herido, lo llevaría a paisajes poéticos donde se recuperaría y se convertiría en un fuerte soldado al servicio de Odín.

Pero mientras más volaba Valquiria con el herido, nunca llegaba al valle. Algo interrumpía su viaje y ya no recordaba más. Volvía otra vez al campo de batalla y se encontraba de nuevo con el héroe, tapándose la herida del pecho de donde le salía sangre a borbotones.

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Tenía la certeza de que hacía lo mismo. El ritual consistía en entrar una de sus tiernas manos por debajo de la espalda y la otra por las piernas. Lo levantaba y en una sábana de viento lo llevaría al valle.

Cuando inició el canto para apaciguar los vientos, se le olvidaron las tonadas. Durante el último siglo había cantado la misma canción y nunca olvidó sus letras. Valquiria sintió miedo por primera vez en su vida.

Sus hermosos ojos se dilataron por el asombro y luego se tornaron tristes. Unas lágrimas bajaron por sus rosadas mejillas y apenada observaba al héroe luchando contra la muerte. Ahora deseaba olvidarlo todo y aparecerse en el campo de batalla para recogerlo de nuevo. Pero seguía planeando en el aire. Tenía que cumplir con su misión o sería una virgen sin atributos, una más olvidada por Odín. No había peor castigo que ese.

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En el valle, Odín ya sufría de ataques de furia. Las vírgenes le daban sorbos de hidromiel y pensó en el fin de los tiempos de paz. El dios sufría de aquellos ataques con frecuencia. Muchas veces salía desenfrenado para entrar por las quinientos cuarenta puertas y revisar si los guerreros traídos de los campos de batalla eran atendidos según sus órdenes.

Los soldados tardaban en curar a pesar de las atenciones de las vírgenes y el tratamiento a base de hidromiel. Esa poción sacaba a muchos de su estado agónico, pero tardaban en recobrar sus fuerzas.

Valquiria, después de entregar al héroe en una de las puertas, volvía al valle. El tiempo transcurrido en la travesía era suficiente para la sanación y la vuelta del guerrero al campo de batalla, donde nuevamente lo encontraba herido y lo llevaba al valle.

Odín, después de ver que todo estaba en orden, calmó su ira y todo seguía en el orden previsto por el designio.

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Llegaban los guerreros caídos, con sus lamentables quejidos de muerte, chorreando sangre por todas partes. Las vírgenes decían dulces palabras, mitigadoras de sus dolores. Eso era a la puesta del sol, en los días perdidos, en el límite de los tiempos.

El ritual seguía. Volvían en otra puesta de sol y las vírgenes hacían lo mismo: los colocaban en sus camas de hojas, le daban hidromiel, limpiaban las heridas con agua del arroyuelo y las tapaban con hojas medicinales que antes soasaban. Al rato sentían la mejoría; los gritos y las quejumbres daban paso a cánticos y tonadas. Daban gracias a Odín.

FIN

(Recreación mitología nórdica: “Las valquirias eran las vírgenes guerreras o espíritus de guerra de Odín, y las que llevaban a los guerreros muertos a Valhal. Valhal tenía 540 puertas y todas tan grandes que podían entrar 800 hombres a la vez”).  El autor es escritor y educador@VLopezAzuan.

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