22 de noviembre de 2024

Profesor, ¿dónde estás?

Escritor Virgilio López Azuán

Por Virgilio López Azuán

Hoy tengo una extraña sensación: no sé si el profesor se ha alejado de mi o yo me he alejado del profesor. Lo primero es que no lo veo, su silueta espigada y sus ojos de padre bueno ya no están. Miro al rededor y solo hay un celaje, una huella descolorida a punto de ser completamente volada por el viento. Ya no escucho su voz, sus ecos repitiendo la ternura mañanera cuando todos entrábamos a la clase.

Recuerdo una vez, cuando estaba en el nivel primario, a mamá le asaltó la mañana llena de rabia con mi papá, y se hizo tarde. Ya mi mamá me había fallado varias veces en eso de prepararme. Esa vez me hizo el desayuno, me puso el uniforme y me mandó a la escuela, volando. En la prisa se le olvidó peinarme: mi pelo estaba alborotado, la camisa arrugada y sin botones.

El profesor me regañó al verme porque estaba desaliñado y habló mal de mi mamá. Los compañeros de curso al verme así despeinado y con la camisa ajada se echaron a reír. Me senté en la butaca y casi no pude ponerle atención a la clase. Ahora, cuando más lo necesito, por eso de la pubertad,  solo veo al maestro escribir unas cuantas palabras en la pizarra.

No escucho su voz, ni la de los alumnos. Me siento suspendido, como si estuviera flotando en una masa gelatinosa. De repente, Gabriel —el más travieso del curso— tocó mi cuerpo para provocarme. Miro hacia atrás y Gabriel no está cerca de mí, hacía morisqueta en la fila de la izquierda, solo fue una sensación.

Los sonidos se despertaron en mi cerebro. Así pude escuchar al profesor. Hablaba en lenguas extrañas como si fuera un hombre del pasado. Lo vi voltearse y amenazar a Gabriel con mandarlo a su casa para que no moleste más.

Antes, me decía mi papá, el profesor era como un confidente, era como el segundo padre, a veces hacia el de primero, cuando los nuestros no nos escuchaban. ¡Ahora no! Pienso que han cambiado mucho. ¿Será que tienen muchos problemas en la casa? No sé. Pero han cambiado.

Ese no es el profesor que nos figuramos, solo falta que nos ladre. ¡Pero lo merecemos! Hacemos tanto ruido, estudiamos poco y no lo respetamos. ¡Qué cosas las mías! Me enviaron un mensaje por el celular. Me dicen que encontraron a dos estudiantes en el baño, le grabaron un video en plena acción sexual. No solo he perdido al profesor, sino a mis compañeros de clase. Un amigo me dice con su tono: “A los muchachos de hoy le jiedela vida”. No es para tanto, no lo creo. Pero a veces pienso que es así.

Ayer en el recreo se armó un pleito y todos los profesores se quedaron sentados, nadie intervino. Ellos saben que los estudiantes perdieron el respeto. Nadie puede intervenir en medio de un rebú, hasta los profesores llevan su tabanóny por eso no se meten.

Yo quería ser profesor, y ahora me arrepiento. Yo no he visto un profesor bueno que sea rico, y sobre todo, el profesor de Lengua Española no sabe lo que escribe, al de matemática no le entiendo ni un chin así y mis compañeros están en otra cosa.

Pensaba que llevaba un maestro por dentro, pero ese maestro también se ha fugado. Sin quererlo siento que poco a poco me convierto en otra persona, no aquella que imaginé. Por más que me digan: ¡Monchito, haz esto, Monchito haz lo otro!, no le hago caso a nadie, me entretengo mejor con el celular porque ni amigos tengo.

Yo me he alejado del profesor, no cabe dudas. Me interesa poco lo que dice y lo que piensa. ¡Ellos debieran buscar otra manera de dar clases! Salgo tan aburrido de la escuela que no tengo ganas de volver. Debiera ser más divertido. Sí, siento que me alejo del profesor, si por mi es, que me dé una tarea y se la mando por internet.

Estoy en medio de un mar de pensamientos. En mi casa me preguntan poco por las tareas, a la comunidad le importa poco lo que pasa en la escuela y son muy pocos los que van  a las reuniones de padres. No hay formas de que el dueño del colmadón baje la música, y para colmo, hay que hacer malabares para buscar el moro del día. ¡Pobre papá! ¡Pobre mámá!

A veces me pregunto: Profesor, ¿dónde estás? ¿Qué impulso de viento te ha llevado? ¿Dónde quedó la ternura que andaba en tus manos? Si, el profesor se ha ido, se ha marchado a otros lugares o desapareció. ¡Quizá cuando regrese vendrá renovado o lo perdimos para siempre! Esto último, no quiero pensarlo. El autor es escritor y educador

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