A 46 años de la partida de Charlie Chaplin, el padre de Charlot
Con el nacimiento de Charles Chaplin en abril de 1889 en la capital inglesa, lo hacía al mismo tiempo Charlot, el entrañable vagabundo de modales refinados que, vestido con pantalones bombachos, grandes zapatos, un bastón y un bombín, guardaba en su interior un corazón lleno de humanidad.
La infancia de Chaplin estuvo marcada por una grave desestructuración familiar. Su padre, que era alcohólico, abandonó a la familia cuando él tenía tres años y su madre, Hannah, una actriz de music hall, se vio obligada a sacar adelante ella sola a sus hijos.
Pero los fracasos en su profesión y la falta de recursos económicos empezaron a afectar a la salud mental de Hannah, y durante un tiempo los niños tuvieron que vivir en un asilo, donde Charles sufrió las burlas de otros niños.
Poco a poco, el estado de Hannah fue empeorando y tuvo que ser internada en un frenopático. En 1897, el joven Chaplin se unió a un grupo de actores juveniles aficionados que hacían giras por los pueblos, y más tarde formó parte de otras compañías ambulantes profesionales, aunque muy modestas. En 1898, ya era un experto actor infantil.
Creación de un Personaje Icónico
Con 20 años, Charles Chaplin cruzó el Atlántico para probar fortuna en Estados Unidos, enrolándose en la troupe de los estudios Keystone. Fue entonces, en el rodaje de la película Aventuras extraordinarias de Mabel, estrenada en 1914, cuando, de forma improvisada y apresurada, surgió el personaje de Charlot. Éste se presentó al mundo del cine ataviado con la ropa que lo haría famoso y lo convertiría en una estrella.
A partir de entonces, Charlot participó en docenas de películas que permitieron a Charles Chaplin, de una forma sutil e inteligente, hacer una crítica de la desigualdad social imperante en su tiempo. Esta crítica culminaría en 1936 con Tiempos Modernos, película en la que Chaplin deleitaría al espectador con la última aparición de Charlot en pantalla.
Con el estallido de la segunda guerra mundial y la consiguiente invasión alemana de Europa, Charles Chaplin, ya sin bombín, se viste de un humilde barbero judío que, amnésico tras un accidente de avión, se convierte en Adenoid Hynkel, un dictador fascista que inicia la persecución del pueblo judío, a quien considera responsable de la situación de crisis que vive el país. La película alcanza su punto álgido con el discurso final, en el que Chaplin denuncia no sólo el nazismo, sino también el antisemitismo y la intolerancia en general.
Perseguido por sus Ideas
Tras la guerra, en 1949, el Comité de Actividades Antinorteamericanas obligó a Chaplin a comparecer para que respondiera sobre su supuesto “activismo” antiamericano, a causa de la crítica social que destilaban sus películas y por sus ideas progresistas –llegaron a acusarle de ser comunista– . Al final, Chaplin, cansado de la censura, decidió instalarse en Europa con su familia y no regresar jamas a Estados Unidos.
En sus últimos años, Chaplin aún tuvo tiempo de rodar Candilejas, Un rey en Nueva York y La condesa de Hong Kong. En 1972, la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Los Ángeles le otorgó el Oscar Honorífico a toda su carrera, y Chaplin regresó a Estados Unidos por última vez. El auditorio puesto en pie, le aplaudió durante doce minutos ininterrumpidamente. Chaplin murió en su tranquilo retiro suizo de Corsier-sur-Vevey a los 88 años.
Con el paso del tiempo, Chaplin acabó sintiendo remordimientos por haber “matado” a Charlot, el personaje que le catapultó a la fama, y en unas declaraciones que ofreció a los medios en los años cincuenta, admitió, en un rapto de sinceridad, que: “Me equivoqué al matarle, había sitio para el hombrecito en la era atómica”.
Pero nadie puede negarle a Charles Chaplin su papel en la creación de un icono universal imperecedero; de hecho, el gracioso hombrecillo ya ha cumplido más de un siglo. Y seguro que aún seguirá deleitando con sus ocurrencias a las generaciones futuras.