Volver en Navidad
Por Virgilio López Azuán
Roque, el abuelo de la niña Fare, salió a las montañas con Diciembre. Fueron a buscar un árbol de navidad. Invierno aprovechó, vino frío y blanquecino, con sus ojos vagabundos. Las luces multicolores empiezan a iluminar los arbolitos en todo el caserío.
Enero tiende sábanas de nieve en las montañas y en los valles. De los árboles solo quedan los tallos en latencia, y Febrero pinta paisajes grises que piden clemencia al cielo. En las tardes, Marzo distinguía la voz de los vientos, y en las noches, los sonidos del bosque.
La nieve empezó a derretirse, formando cañadas y riachuelos… Invierno sabía que se dormiría con sus sábanas frías, y así fue.
Cuando Primavera llegó, encontró a la niña Fare en la ventana y le entregó un ramo de flores que le mandaron los duendes del crepúsculo. Por un momento, ese gesto le devolvió la alegría que había perdido, desde que el viejo Roque salió para traerle un motivo navideño.
El valle se llenó de capullos y flores, aromas y pitidos. Primavera corrió por los trigales entre amapolas y gramas, con su cuerpo leve, con los labios tiernos como muchacha enamorada. Las aves con su canto devolvieron las esperanzas perdidas en todo el campo.
Zumbador vino del río con un susurro de alas, y Ruiseñor, siempre señorial, se trepó en la mata de Noni. Las ventanas de las casas se abrieron, y Aurora, con su traje amarillo, vistió de luz los ojos de la gente.
Había que ver a Primavera, renacida de Invierno, sacudida de los fríos de Marzo que dejaron en su cuerpo partículas de mineral, devueltas en resplandores al paisaje. Mariposa, con toda su familia, llenó los charcos de alas, donde los niños se bañaban. El verdor llegó con Clorofila, esa muñequita de menta tan esperada por todos.
Primavera regaba ilusiones en las puertas. Con su corona de flores en el pelo, repartía besos y anhelos, y en un acto milagroso, hizo aparecer a Felicidad, que tocaba campanas en los aleros.
Rocío, tierna como nunca, se dormía en las flores y en las hojas. Nadie sabía cómo Primavera dibujaba el cielo en su interior ni cómo los pájaros batían sus alas con rubores mañaneros.
Primavera pasó por Abril, despertando albores con su cara pintada de pétalos multicolores; pero la niña Fare estaba ausente de tanta belleza. Mayo apareció entre chubascos y lloviznas pertinaces.
De los campos verdes empezaron a brotar los frutos, y los ríos crecían con sus nuevas cosechas de camarones y dajaos. Las vacas bebían en los potreros, nacían los terneros y cerditos, y el olor a café se esparcía en los altos cerros.
Primavera, vio entrar a Junio y traer con él las claras tardes de los sueños. Sin que lo evitara, vio llegar a Verano, desbocado, para tomar su lugar en el valle. Aparecía con truenos y aguaceros, con grandes nubes grises y vientos feroces.
Se dio cuenta que debía marcharse, y sus ojos se llenaron de lágrimas. La niña Fare, parada en la ventana, al verla así, le dio aliento. Le dijo que ella era todo amor, y que el amor, nunca moría, que todos tenían la esperanza de que ella renaciera en las flores.
Primavera invitó al joven Estío a que la acompañara por ese largo viaje. Tomaron el camino para dar paso a Verano, y antes le dirigió una tierna mirada a todo el valle. Estío la tomó de la mano y se marcharon como buenos amigos.
Verano existía en su tiempo. Julio era seco, lleno de cal, y llegó sudoroso con un calor sofocante. El sol quemaba más que nunca; el trópico ardía en las playas y los llanos. La grama que era verde con Primavera, con Agosto tomó un color amarillo pálido.
Por más que quiso evadir el pensamiento, Verano tenía la certeza de que tendría que irse como Primavera. Él solo era una estación pasajera.
Con Septiembre llegó el momento de tristeza, y las hojas amarillas de las plantas caían bailando valses. Otoño llegó con algunos vientos removiendo ramas y secando las hojas.
Al ver a Verano, Octubre le dijo que no desmayara, que no se desanimara nunca. Definitivamente, Verano pasó a un estado de latencia con sus calores y ventarrones.
Desde la ventana, la niña Fare vio a Otoño caminar por el valle con cantos tristes y añoranzas. A él le había tocado la parte más difícil: hacer que se cayeran las hojas y desaparecieran las últimas flores que dejaron Primavera y Verano.
Por eso, deambulaba solitario y vacío sobre un colchón de hojas caídas. A veces, su compañía era el ruido de las cigarras desde lo alto de los yagrumos, y nada más. La nube amarilla, Noviembre, le cubrió el cuerpo completamente, y sintió aproximarse los fríos de Diciembre.
Habían pasado los meses, y la niña Fare seguía esperando el regreso del abuelo, allí, pegada a la ventana.
Llegó el viernes, y la tarde se presentó muy fría. A lo lejos, las montañas estaban blancas, tomadas por la nieve… Por ese camino difícil, se acercaba el viejo Roque. Y la niña Fare, al verlo, salió corriendo para abrazarlo.
Había pasado mucho frío, y tenía los ojos blancos de las extensas nevadas; pero estaba feliz por el regreso: tenía las manos llenas de ampollas, de tanto arrastrar su árbol de navidad. El autor es escritor y educador. @VLopezAzuan