21 de noviembre de 2024

Un cerebro viejo que ha sufrido en otros muertos

Escritor y Académico, Virgilio López Azuán

Por Virgilio López Azuán

En una ocasión expresé que, en uno y un verso, cabe el universo. La palabra misma lo dice: un(o)+i+verso=universo. Pero siguiendo la lógica, entonces uno, como individuo humano, cabe en el universo y el universo cabe en una persona.

Por eso, esa frase filosófica atribuida a Sócrates, “Conócete a ti mismo y conocerás el universo”, con los razonamientos anteriores, justificaría la idea inicialmente plateada. En los versos, que serán objetos de este estudio, podría caber el universo.

El material genético

Hans Winkler, botánico, nacido en Alemania, fue quien en el 1920 utilizó por primera vez el vocablo “genoma”, realizando una combinación de la palabra “gen” con “-ome” (genome, en inglés), que significa “conjunto completo”. Lo hizo para estudiar en cada célula la secuencia completa del (Ácido desoxirribonucleico) ADN.

La Paleogenética, que estudia el material genético de animales antiguos, nos ofrece datos interesantes. Un ejemplo de ello es seguir el rastro del sentido del olfato. En el caso de los tiranosaurios como el T. rex y sus hermanos, dedicaron parte de sus cerebros a procesar olores. Lo mismo pasa con los dinosaurios carnívoros grandes como el Albertosaurus, que desarrollaron genes olfativos. Lo importante saber es qué relación guardan esos genes o cadenas de aminoácidos y proteínas con los genes olfativos del Homo sapiens. Eso sería objeto para otro análisis.

Diferencias en los genomas

Siguiendo la clasificación taxonómica de Charles Linneo, según otros estudios, dependiendo del lugar de origen, el Homo sapiens puede poseer en su genoma entre un 1 y un 4% de los genes de los neandertales (Homo neandertalensis), que pertenecen al mismo género, pero de especie diferente al Homo sapiens.

En la evolución del cerebro, fueron necesarios ciertos mecanismos de coexistencia: el de los cambios genéticos y los epigenéticos. El primer caso ocurre en las especies y el segundo a nivel individual. Se verifican cambios proteicos, delección y duplicación de genes. También, se han confirmado modificaciones de las secuencias de diferentes genes. En el fenotipo, las diferencias entre el genoma del hombre y el chimpancé son a penas de 1,23%.

El gen SHH ha incidido “en la evolución del sistema nervioso y esquelético desde los primates hasta los humanos”. Se ha identificado el ATF3 como gen vinculado a la regeneración de los tejidos nerviosos, regulado a su vez por otro gen asociado al desarrollo de los rasgos faciales.

El gen forkhead box P2 (FOXP2) está asociado a la displasia verbal por medio de un déficit lingüístico hereditario. Agregan los estudios que este gen ha influido en la comunicación en especies como aves y ratones. Así, entre los genes más estudiados se pueden citar IL6, TGFB1, TP53, TNF, EGFR, APOE, entre otros.

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Estudios recientes

Recientemente, se ha descubierto una variante del gen TLR7 como causa del lupus eritematoso, el gen NCX3 como implicado en la sensibilización aumentada del dolor. Se han profundizado investigaciones sobre el origen de la esquizofrenia, las inflamaciones y genes que son candidatos a que sean responsables de la pérdida del olfato y el gusto, a propósito de la reciente pandemia desatada por el SARS-CoV-2 o Covid-19. Toda la composición genética ha verificado variaciones, pero se pierden en el tiempo sus orígenes y evoluciones.

En un estudio realizado por la Academia Dominicana de la Historia, la Nacional Geographic Society y la Universidad de Pensilvania (2016), entre 140 países del mundo tomados como muestra, “La población dominicana posee un 39% de ADN de ancestros europeos, un 49% africano y un 4% precolombino, es decir taínos, lo que confirma su complicada ascendencia genética e implica que el mulato predomina entre los dominicanos”.

De la misma manera, en el caso de los haitianos, del 84% la mayor proporción media es de ascendencia africana y una minoría mulata por el cruce francés / africano. Es insignificante el aporte genético indígena en esa población.

Dentro de esa misma composición existen en el genoma, rastros genéticos de otras ascendencias. Con solo la variación de ciertos aminoácidos o proteínas ya existirá una nueva reconfiguración genética.

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No soy mi ADN

Manel Esteller Badosa, en su libro, No soy mi ADN: el origen de las enfermedades y cómo prevenirlas (2017), nos dice que el 45% del genoma humano está constituido por restos evolutivos del pasado. Cita gusanos, peces, pequeños mamíferos y secuencias de ADN pertenecientes a muchísimos virus que nos han visitado a lo largo de nuestra historia. Aquí debe citarse una ciencia relativamente nueva, que es la epigenética, que estudia las marcas químicas que se unen al material genético, que los activan o inactivan sin cambiar la secuencia del ADN.

El ejemplo ilustrativo son los gemelos homocigóticos que no tienen la misma identidad genética a pesar de que compartan el mismo ADN, es decir, los mismos genes. Ya se ha expresado que el individuo es el resultado de la genética y el medio. Factores exógenos pueden influir en la expresión y evolución genética, por eso, en el caso de los gemelos, uno de ellos puede desarrollar una enfermedad u otra condición orgánica diferente del otro, según la forma y el medio donde se desarrolle. Esto último nos remite a un escrito anterior que hiciéramos sobre las enfermedades desde la perspectiva analítica cultural.

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El cerebro y un poema

Todo lo expresado sirve como base para el tema a ser desarrollado.  El individuo humano (Homo sapiens), con cientos de miles de años que hace vida en el planeta junto con otras especies de animales y plantas, más allá de la invención del mito y la construcción de ideas, religiones, ideologías; quizá desde antes de los estadios de cazadores y colectores de granos, ya tenía su composición genética. A medida que pasaba el tiempo y apareamiento entre individuos de la misma especie o genéticamente compatibles, animales y vegetales, se fueron creando cadenas genéticamente diferenciadas.

¿Qué ha pasado con nuestro cerebro? ¿Tenemos un cerebro viejo? ¿Qué tanto decir para escribir sobre poesía, sobre un poema de Víctor Manuel San José Sánchez? ¿Cómo es posible que unos versos puedan sintetizar tan amplios paisajes de identidad y naturaleza antropológica, biológica, temporal, filosófica y reflexiva sobre el individuo humano?

Un poema hecho canción del autor y cantante español Víctor Manuel San José Sánchez, que data del 1971, titulado “Un hombre solo, solo”, nos pone a meditar sobre el cerebro, la vida y la poesía.

Veamos la primera estrofa: “Sé que la noche es larga / y debo andarla / sin una mano amiga. / Porque así lo he querido / porque aún no he aprendido /a manejar recuerdos a mi antojo. / Y porque soy consciente / de que solo soy eso: Un hombre solo”. La noche de los tiempos es larga, el libre albedrío es bíblico, y olvidamos nuestro pasado, o al menos, podría quedar algo de él en la memoria genética.

Todos nuestros antepasados han estado en nuestro cerebro, los de género y especie iguales o distintas. Se han quedado tanto en nuestros genes, se aposentan, mutan y hasta puede que desaparezcan. Muchas mutaciones pueden provocar, influir o inducir, a infinidades de enfermedades, resistencias o nuevas formas de expresión fenotípica o genotípica. Es por eso que en nuestra conformación genética la humanidad tiene genes de los neandertales y otras formas, producto de la interacción biótica.

Como se ha entredicho, el ambiente y otros factores, dentro de la complejidad de las síntesis de proteínas, nos permiten poseer identidades propias, aun en los organismos homocigóticos, como son los casos de gemelos. Por eso es que “… soy consciente / de que solo soy eso: un hombre solo”. Un ser irrepetible a pesar de mi pasado, a pesar de que cargamos rastros de antiguos seres. 

Cargado de soledad

Otra estrofa del poema dice así: “¡Qué nadie mueva un dedo / por cambiar mi destino! / Era igual la soledad antes de mí”. Quizá el verso “que nadie mueva un dedo” sería una advertencia a la manipulación genética, o un llamado a la atención sobre la conservación de una base bioética. El segundo verso “por cambiar mi destino”, aquí entra con la palabra “destino” que, en el contexto, podría estar siendo utilizada como “fuerza desconocida” o por el determinismo como pensamiento filosófico (cosa última que dudo por las ideologías profesadas por el autor).

Pero lo más interesante de los versos anteriores es que se está hablando de un individuo que será siempre único y que está solo, con las huellas de los que antes fueron. Y lo confirman más adelante unos versos: “Ha nacido solo el hombre, / vivió solo y solo ha muerto / dejando su soledad / reencarnada en otro cuerpo”.

Eso de la reencarnación no se refiere al renacimiento de un individuo después de la muerte corporal (no creo que sean las ideas del autor). Se refiere a esa carga genética aportada por el padre y la madre, que procrean una nueva creatura, con el rastro de sus antepasados, también cargada de soledad, por ser un ente individual.

El cerebro viejo

Es natural que, dado los rastros genéticos y todo el fenómeno de adaptación al ambiente, el individuo humano pueda pensar que tiene, en verdad, un cerebro viejo. El poema lo precisa con belleza filosófica: “Y por eso a veces pienso / que tengo un cerebro viejo / curtido por los azotes / del calor y del invierno / Es un cerebro alquilado/ que tiene un solo misterio: / ¿quién ha sido su antiguo dueño?”.

Bien podría pensarse que el autor, cuando habla de su antiguo dueño, podría haber sustentado su expresión en un pensamiento cargado de ideología política. Eso es posible. Por eso es un buen poema, por esa carga polisémica que de él se desprende. Pero, ¿y si alude a toda la complejidad evolutiva del individuo humano que hemos tratado en este texto?.

Finalmente, el poeta revela que el cerebro “es una pieza cansada / que ha sufrido en otros muertos”. Ahí nos lanza a nuestros ancestros, a nuestros antepasados. Los últim1os versos son de antología reflexiva, filosófica y antropológica: “Que por una inercia antigua / (el cerebro) sigue viviendo al acecho / desde millones de años / hasta este mes de febrero”.

Y lo interesante es que la palabra acecho en el verso citado está escrita con c, no está escrita con s. Son verbos que vienen del mismo origen latino, pero con ciertas diferencias. Acechar es una acción asociada a la observación o espera cautelosa con algún propósito. Mientras que asechar se refiere únicamente al oficio de observar para hacer daño a alguien, cosa que excluye el verbo acechar.

Solo el uso de ese verbo con c, en el contexto polisémico del poema, nos da para escribir otro ensayo sobre los propósitos del individuo humano sobre la tierra. El autor es escritor y educador@VLopezAzuan

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