Tony Espaillat y su muestra pictórica
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Escritor y Académico, Virgilio López Azuán
Por Virgilio López Azuán
En la República Dominicana existe un impulso individual, a veces colectivo y empresarial, por abrir caminos en las artes plásticas. Pero las oportunidades de los niños y jóvenes para incursionar en esta área son muy limitadas. Las políticas públicas del Estado brillan por su ausencia.
Las escuelas de bellas artes de los pueblos y de universidades son inexistentes, y si las hay, no cuentan con los recursos humanos y financieros para ofrecer programas de calidad. Los incentivos a la creación de industrias culturales, como forma de estímulo, son escasos y en algunas ocasiones nulos.
A pesar de que el individuo hiperposmodernista eclosiona con sentido tecnológico, individualista y crisis de ética e identidad, el arte es un refugio para agazaparse cuando tambalea el espíritu. Ahora bien, se percibe que en los campos técnicos y temáticos hay intentos de continuación y escasas rupturas con los movimientos clásicos del arte pictórico universal.
En el país no existe una propuesta diferenciadora que rompa con la tradición clásica del realismo, costumbrismo, simbolismo, surrealismo, impresionismo o el abstraccionismo en sentido general. Es cierto que los artistas dominicanos aplican simbiosis y mixturas de técnicas y conceptos de interesante valor; sin embargo, se aprecian disonancias entre unos y otros.
Existe en algunos una especie de metamímesis, para grupos de expresiones como el surrealismo, el realismo, el paisajismo y la propuesta cubista. La mayoría de los artistas plásticos dominicanos no han dado el salto cualitativo en la búsqueda de nuevas expresiones, posmodernas y diferenciadoras, aquellas que cristalicen elementos esenciales de una “estética dominicana” más universal. Podría pensarse que es mucho pedir. No es ambicioso ese argumento.
Los “pensamientos estéticos”, en este caso en las artes plásticas, no solo se gestan por la tradición y evolución cultural, políticas públicas y sociales; también, se hacen por la acción individual y colectiva.
A pesar de eso, un grupo de artistas dominicanos apuesta al avance individual y colectivo, muchas veces sacrificando sus finanzas en aras del desarrollo pictórico. Todos aspiran a que exista un mercado para las obras de arte, capaz de proferirle un duro golpe al parnasianismo que caracteriza a ciertos pintores nacionales.
He podido analizar detenidamente el lenguaje pictórico de algunos artistas de diferentes promociones. Entre ellos: Elsa Núñez, Dionisio Blanco, Iván Tovar, José Cestero, Osvaldo Guayasamín, Cándido Bidó, Julia Castillo, Félix López, Juan Ramón Patricio, José Sejo, Freddy Peña Pastor, Franklin García Reyes, Emilio Ramírez, Norkelys Acosta, Gabriel Matos Silfa, Ramón Calcaño, Tony Espaillat, Mares Espinal y otros tantos más.
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Una muestra interesante
Ahora fijaré la atención en el artista plástico dominicano Tony Espaillat, nacido en Santiago de los Caballeros. Desde la década de los 80, viene participando en diferentes eventos artísticos, mostrando sus obras en exposiciones individuales y colectivas, así como en bienales y concursos nacionales. Es miembro del Colegio Dominicano de Artistas Plásticos (CODAP) y de la Asociación Internacional de Artistas Plásticos (AIAP-UNESCO).
Algunas de sus obras forman parte de varias colecciones privadas, nacionales e internacionales. Espaillat centra su producción en imágenes costumbristas, paisajes marinos, figuras de animales y otros motivos. Justo es nombrar una serie de pinturas donde se presenta al caballo, toro, búho y al gallo, como si quisiera llegar al hondón de su estructura, movimientos y expresiones.
He estudiado algunas muestras de este artista dominicano, como son: Don Quijote (acrílico sobre lienzo) 50” x 30”, El Ludópata (acrílico sobre lienzo) 50” x 40”, El Sibarita (acrílico sobre lienzo) 50” x 30”, Espantapájaros (acrílico sobre lienzo) 40” x 30”, Búho Rosado (acrílico sobre lienzo) 30” x 24”, Los senderos del mar (acrílico sobre lienzo) 30” x 50”.
Todas estas presentan a un pintor en plena madurez del oficio. Su técnica es bien depurada y el juego cromático despierta emociones y sentimientos de la esencia, principalmente de la dominicana y sus raíces culturales. Tomaré dos de ellas para el análisis: Don Quijote y Espantapájaros, que amplían los ámbitos y contenidos para el análisis en cuestión.
Por el simbolismo que envuelve, puse atención a la obra Don Quijote (acrílico sobre lienzo, 50” x 30”). Se trata de una hermosa representación de don Quijote de la Mancha que, sin dudas, su relato ha influido en el pensamiento cultural, en especial lingüístico, tanto en Europa como en América.
El genio de Miguel de Cervantes y Saavedra supo captar rasgos de la conducta humana y social de carácter epistémico y nos ha legado un personaje imperdible para la memoria universal. Su impacto no solo ha sido en la lengua, en las artes, en la música, el teatro, sino más allá, en el diario vivir.
Tony Espaillat no ha querido perderse la carga emocional de los colores, la noble figura y la simbología de este personaje, y en el lienzo, plasmó su quijote. Una vez les dije a mis estudiantes de Lengua y Literatura que todos llevamos un quijote, dentro y afuera; solo teníamos que observarnos con atención y allí afloraría. Si lo apreciábamos era “señal de que cabalgábamos”, en nuestros mundos, ciertos e inciertos, reales y figurados.
El valor de la amistad y el escudo
Espaillat utiliza elementos cubistas, colores, degradados, el juego de planos, capas, intercapas y dimensiones para mostrarnos su quijote. El personaje viene del torbellino multiespacial. Irrumpe en estado de atención, firme, con su lanza y con su escudo; no importa que ladren los perros ante su postura. En la parte baja del cuadro se observa a un perro ladrando, lo que recuerda a la famosa frase. “Nos ladran, Sancho, señal de que cabalgamos”.
En la obra de este artista, los valores de la fidelidad, humildad, agradecimiento y amistad están plasmados con atinada intención. Coloca a Sancho en el centro del escudo. Es un mensaje simbólico, el mismo que está presente en toda la novela cervantina. Ese escudo pintado por el artista tiene la misma forma de los que aparecen en cientos de pinturas, dibujos, caricaturas y grabados.
Resulta que en Europa se utilizaba en el siglo XVI (siglo cuando nació Miguel de Cervantes y Saavedra) un tipo de escudo llamado rodela, que era redondo, hecho de metal o de madera. También se utilizaba la adarga, que era de cuero, de formas ovalada y de corazón. Cervantes utiliza ambos escudos en su novela y por qué lo hace es un motivo para otro análisis por las inferencias que tolera el tema.
Recuérdese que Cervantes era católico y que el dominio musulmán en la península Ibérica fue del 711 hasta el 1492, cerca de ocho siglos. Luego, los cristianizados moriscos (práctica que databa del 1520) fueron expulsados por el rey Felipe III en el 1609. Había una relación de semejanza y diferencias con la lengua y la cultura musulmana.
La adarga era utilizada por la caballería musulmana cuando la península ibérica estaba bajo sus dominios en la Edad Media. Era un medio de defensa propio para la lucha a caballo. La rodela se utilizaba más cuando la lucha era cuerpo a cuerpo.
En la novela aparece la palabra adarga y enfatiza el autor que es antigua, en el primer párrafo del texto: “En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor.” (Cervantes, 1955). Sin dudas, ese era el escudo que utilizaban los musulmanes.
En una moderna versión del Quijote Andrés Trapiello modificó el párrafo donde dice “adarga antigua” por “escudo antiguo” con la intención de “hacer accesible” a las nuevas generaciones la obra de Cervantes, perdiendo su significado original que aludía al antiguo escudo morisco, utilizado desde tiempos romanos (Tovar, 2015).
La palabra rodela aparece en el mismo texto citado de Cervantes (1955): “Pasamonte, que no era nada bien sufrido, viéndose tratar mal y de aquella manera, hizo del ojo a los compañeros, y apartándose aparte. Comenzaron a llover tantas y tantas piedras sobre don Quijote, que no se daba manos a cubrirse con la rodela…”. Ambas palabras, adarga y rodela, vienen perdiendo vigencia por escudo, utilizado desde el siglo XV, que proviene del latín scotum.
Una pregunta para una reflexión posterior: ¿por qué los artistas prefieren utilizar la forma redonda del escudo cuando muestran la figura del personaje del Quijote?
Espaillat sigue el patrón del escudo redondo, pero es genial e innovador que colocara al personaje de Sancho en su centro y que el perro ladrara como si esa acción fuera mal vista por el perro. ¡Qué gran simbología!
Es de interés destacar en esta obra que el manejo de las proporciones de los ángulos es fascinante para una clase de geometría y trigonometría. Las muestras de tonos azules, rojos y negros regulan estados de ánimo y centran la atención, reiteramos, de mundos paralelos y alternos. Espantapájaros.
Espantapájaros de Tony
En la obra Espantapájaros, el pintor sigue la línea cubista; aunque no lo hace con todas las figuras. Se limita al ave, al fondo y a la casa que parece suspendida en un plano bidimensional con tendencia a otro tridimensional a partir de la perspectiva.
El ave y el fondo solo son apreciables en dos dimensiones, aunque el último sugiere la existencia de otras capas, también bidimensionales. El ave, en vez de tomar una ruta contraria a la del espantapájaros, parece que va hacia él. Sin embargo, su intención es llevarse la casa. ¿Simbolizará la casa, las posesiones, los sueños, los deseos y el hogar del propietario de la finca o del artista de la obra?.
Este tema de espantapájaros evoca aquellas narraciones sobre homúnculos y mandrágoras. Existen fascinantes novelas que han sobrepasado los límites de la imaginación y que muchos lectores han compartido fábulas, fantasías, creencias y realidades de humanos. De forma particular, rememoro la novela La mandrágora (en italiano, La mandragola), de Nicolás Maquiavelo, que fue escrita en el 1518 y es una comedia en prosa.
Un homúnculo es una réplica de un hombre en versión pequeña, creada artificialmente por medio de la alquimia, y la mandrágora es una planta solanácea cuya forma recuerda al cuerpo humano. Es psicoactiva, con propiedades medicinales, llena de mitos, leyendas y asociada con la magia y la brujería.
El origen de los espantapájaros se sitúa en Egipto, 1500 años a. C. Eran utilizados para proteger las cosechas de aves y animales silvestres. Esta creencia se extendió por Europa y América y es muy utilizada por agricultores en zonas rurales. En los campos de la República Dominicana, también se han utilizado estas figuras para el mismo fin que ya fue descrito.
Tanto así, que los del sur poseen ciertas caracterizaciones que los diferencian de otras regiones. En décadas recientes, en la zona de Azua, en las plantaciones de tomates, sorgo y maíz, los espantapájaros, ubicados en el centro del cultivo, formaban parte de la imagen visual y estética de la finca. En los últimos años, su colocación se ha visto reducida.
De ahí, de ese rasgo cultural, Tony Espaillat extrae esa imagen poderosa de esta figura que forma parte de una estructura de identidad rural. La trae con bellos matices de azules claros, amarillo y naranja intensos; negro profundo y verde monte.
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Lo que ha interesado a quien escribe es que las plantas que acompañan a la figura son especies de cactus, propias del clima del sur dominicano. Pareciera una contradicción; debió estar colocada en sembradíos de granos, frutas y vegetales; sin embargo, las plantas son xerófilas. Eso da rango estético a la pintura, despierta no solo las emociones, sino el pensamiento.
Quizá la figura del “muñeco”, como dicen en el sur, semeje a un payaso o algún espectro con la intención de causar miedo. Pero en este caso, no sucede así. A pesar de que el pintor le cosió la boca, la forma de la cara, la nariz, los ojos y el color utilizado sugieren cualidades estéticas. Se supone que esta imagen de espantapájaros debe provocar miedo, pero en el caso de la pintura no es así. Esto conduce a una lectura diferente a las descripciones hechas habitualmente de esta figura.
Tony Espaillat nos regala una obra brillante y expresiva, con los colores del trópico y el sabor dominicano. El autor es escritor y educador. @VLopezAzuan.