1 de abril de 2025

Metáforas y puentes en el lenguaje

Escritor Virgilio López Azuán

Por Virgilio López Azuán

Uno de los principios o axiomas descritos en el Kybalión, es la ley de Correspondencia, que establece una relación entre los planos de la existencia: el físico, mental y espiritual. La expresión Quod est superius este sicut quod inferius (como es arriba, es abajo), que es una paráfrasis del Kybalión, atribuida a Hermes Trismegisto, se hizo muy popular entre los esotéricos y ocultistas en los últimos tres siglos.

Pensadores antiguos y modernos se han referido a la relación que tienen los mecanismos cerebrales con los del universo. En cierto sentido, esa relación la trasladó al lenguaje. Ya construido, y expresado por cualquiera de las vías correspondientes, como, por ejemplo, el arte, la ciencia, la religión, las creencias…

Entonces, veamos la relación de esta manera: universo-cerebro-lenguaje. Siguiendo el principio de correspondencia, mecanismos de funciones del universo están presentes en el cerebro y a la vez en el lenguaje. No es que entraremos en establecer relaciones entre los fenómenos estelares, planetas y galaxias frente a lo del cerebro, en este caso los mecanismos neuronales, las enfermedades psicológicas y mentales.

Esto ha sido tratado por diversos autores, cosmólogos, psicólogos, creyentes y otros. Ahora lo que se trata de explicar, ¿cómo es posible que se hable de materia oscura del universo y que esta también sea fuente teórica aplicada al lenguaje humano? ¿Cómo es posible que entre palabra y palabra, idea e idea, concepto y concepto, amén de las correspondencias que existen entre ellos, haya silencios y abismos? ¿Se podrían tratar estas relaciones como simples metáforas?

Cuando el lenguaje se convierte en silencio

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En temas anteriores hemos tratado los silencios y abismos en el lenguaje (sasis). Suceden en el interior del lenguaje por diversas razones ya explicadas. Ahora bien, ¿cuándo el lenguaje se convierte en silencio? ¿Existen límites en el lenguaje y más allá los precipicios? Llega el momento en que la capacidad creativa para producir cierto mensaje se ralentiza, se detiene o queda en estado de latencia.

Se construye una masa cognoscente que alcanza su mayor grado de elasticidad —no necesariamente plasticidad— y después sería impactada por la fractura, el estallido, el big bang lingüístico. Se produce un tipo de resultado entrópico que luego puede ser aquilatado o reintegrado hasta formar galaxias y universos cognoscitivos.

Durante esa formación hay silencios profundos en el lenguaje, trasmutaciones, metamorfosis, fracturas de signos lingüísticos; giros fonéticos, semánticos, y constructos, que se zarandean dentro de una especie de materia oscura y vacía del lenguaje.

Pero llega un momento en que todo se hace silencio. Es como si nada existiera, “ni el aleteo de Dios se siente sobre la faz de las aguas”. Pero ya fue. Era el pretérito de lo primero. Es tiempo del pasmo, la incertidumbre, la ceguera glacial de lo perpetuo.

No existen las palabras, ni siquiera sus impulsos. Es un estado de suspensión, como si fuera un abrazo entre la nada y el vacío. Así debió de ser, antes de la palabra, de ese estallido vital, relampagueante, como si fuera traído, no del tiempo, sino de algo esencialmente eterno: la eternidad.  Debió haber un silencio similar, uno que era el lenguaje de la eternidad.

En el mismo lenguaje está ese primero que se convierte en silencio. Ese silencio primero, convertido en lenguaje, creó un ciclo recursivo de viajes eternos e infinitos.

Vínculos entre grafemas

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VLA

Entre cada signo lingüístico, palabra, oración, idea o concepto, puede haber puentes, abismos y continuidad. Sucede en todas las lenguas, unas con grados de complejidad más avanzados que otras. Pero están presentes.

Entre un grafema hay un puente invisible, que es capaz de cambiar los sentidos, los sonidos, la estructura del código neuronal del cual procede. Ese puente es vinculante y disgregante. Hagamos un ejemplo en el idioma español. Al escribir el grafema y anexarle el o, se forma el artículo “lo”. Ahora dibujemos el vínculo “l-o”, el guion sirve para simbolizar el puente entre estas dos letras.

Ese vínculo o puente (-) es especial, posee una energía de transformadora significación. Si ese puente es de otra naturaleza —si a la l se le agrega el grafema a, “l-a”, es otra cosa, “la”—, se convierte en una relación de continuidad o transmutación. Sería de continuidad si ese vínculo es condición necesaria, aunque no suficiente para la significación. Sucede en las raíces lexemáticas.

Tomemos un caso del vocablo biblia el lexema es bibl. De la palabra bibliografía es biblo. Como se aprecia, en esta última conserva la raíz bibl, que viene de libro; pero en el otro ejemplo se le agrega el grafema o, biblo. O sea, los lexemas pueden presentar variabilidad en diferentes palabras que poseen el mismo origen o significante. Esa o que aparece en biblo, indica otro vínculo entre grafemas. El vínculo entre los grafemas es tan poderoso que resulta, en la mayoría de los casos, indestructible, al menos en su núcleo.

Veamos: si en vez de “l-o” es “l-a”. Se aprecia el cambio de la naturaleza de la palabra. Hay un cambio de género. Tal es la fuerza vital que tiene ese puente, ese vínculo, ese enlace. Así sucede entre todos los grafemas utilizados en una palabra, que es la unidad lingüística mínima que analizamos en este momento.

Un caso, de tantos, no importando la naturaleza de su origen, es el que refiere las palabras acechar asechar. Aunque se pronuncian igual en zonas de seseo, significan cosas diferentes: acechar», significa observar o esperar cautelosamente, mientras que «asechar» implica urdir o armar asechanzas o engaños. Observemos: a-cechar y a-sechar. Esos vínculos representados por guiones son tan diferentes como arbitrarios. Produce una transmutación de alto interés en las palabras.

Aunque en lingüística las unidades mínimas con significación son los monemas, los vínculos entre grafemas, lexemas y monemas tienen su propia identidad, que construyen estructura para el lenguaje con referente importancia en la comunicación. Los vínculos entre grafemas, lexemas y monemas son de interés en el estudio de las lenguas y sus amplitudes conceptuales.

Estas amplitudes son productos de los procesos neurobiológicos donde intervienen el cerebro y diferentes órganos, como son: el estómago, el corazón, la respiración, entre otros. Esa relación entre todos da lugar al acto perceptivo e interpretación de las palabras y el texto en sentido general.

De no completarse esos vínculos, se producen impedimentos que sesgan esos actos perceptivos. Suceden tan rápido para ser llevados del estado inconsciente al consciente, convertidos en palabras, que lo hacen en fracciones de segundo. Si no hay una verdadera atención, se pueden ver las palabras o el texto y no ser interpretadas y tendrá que volverse a leer.

Explicación similar lo hace la neurocientífica y física teórica, Nazareth Castellanos, en su libro Neurociencia del cuerpo (2022). La experta nos dice: “cuando leemos, no nos damos cuenta de las letras por separado, ni de las palabras, ni de las hojas del libro. Simplemente, entendemos la frase.” (pág. 195). Eso sucede tan rápido que no nos detenemos en que pueden existir, vínculos, puentes y abismos entre letra y letra, palabra y palabra, porque ya están codificados.

Pero, sin dudas, están ahí. Cada letra o grafema, que reiteramos, tiene su función en las creaciones cognoscitivas y puede variar según la interrelación con otros órganos del cuerpo, como hemos dicho, como el corazón, el estómago, la respiración y otros, que actualmente se analizan en laboratorios.

Esto no quiere decir que la percepción de las cosas no posee variabilidad según la persona y las formas en que el cuerpo, con sus órganos, sus funciones biológicas y posturas intervinientes, la genera. Por eso, entre palabra y palabra, idea e idea; lo mismo que entre concepto y concepto, puede haber silencios escalofriantes, profusos y hasta eternos.

Una especie de pasmo abisal que toca el vértice de la nada, y el reto es salvarnos de ellos. Lo difícil de todo esto es que no es solo un acto individual, porque como dice Castellanos, citando a Hillman, “El corazón que está en mi pecho no es solo mío”.

Eso nos conduce a comprender que se puede establecer una sincronía entre los cerebros, corazones, respiraciones, estómago, otros órganos y funciones biológicas entre dos o más personas en espacios cercanos. Por eso es común ver que cuando una persona orina, otros lo imitan, van también a orinar. Los demás suelen decir: “son como los monos, lo que hace uno lo hace el otro”.

Entre palabras y palabras

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Como se ha expresado, en la existencia de posibles tipos de vínculos y abismos entre letra y letra o signo de cualquier lengua, entre palabra y palabra también existen, lo mismo que entre idea e idea, hasta llegar al máximo nivel de entre concepto y concepto. Percibir los vínculos entre letra y letra requiere de mayor enfoque que en los otros casos.

Es común entre los hablantes observar la desarticulación entre palabra y palabras seguidas. Se hace mucho más distinguible cuando suceden entre ideas y entre conceptos. Una palabra, idea o concepto inadecuadamente conectados pueden dar lugar a cambios de actitudes, que pueden ser mortales.

Han sido la fuente de muchos conflictos no solo entre dos personas, sino entre naciones. “Donde dije, digo, dije Diego”, es un ejemplo. Ya sabemos que colocar un signo de coma de forma inadecuada puede llevar a un preso al pelotón de fusilamiento. Quizá de forma inconsciente en la sabiduría de los toltecas llamaban a “cuidar las palabras”

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Ese mundo interior del individuo humano, la interacción entre órganos, las funciones de las zonas cerebrales, y atravesar el velo de lo inconsciente al consciente, supone una complejidad que da lugar a la creación de procesos voluntarios e involuntarios, organizados y caóticos.

A eso se le agrega la sincronización con otros individuos, humanos, animales, plantas; el planeta, las galaxias y el universo en sentido general. La individualización de las emociones es un fenómeno único en la estructuración del lenguaje. Solo pensar en eso puede generar una filosofía hacia la tolerancia.

Precisamente, el lenguaje literario, el cual es altamente emocional, trasfunde, trasmuta, crea, recrea y hasta atrabanca el parque de las emociones. Este proceso daría lugar a paraísos e infiernos, a instantes bellos y horrendos, capaces de prolongar pensamientos, sensaciones y emociones, los cuales construyen el ser individual y social.El autor es escritor y educador@VLopezAzuan.

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