7 de abril de 2025

La araña (cuento breve)

Escritor y Académico, Virgilio López Azuán

Por Virgilio López Azuán

La araña no debió morir. Le hice el favor de sacarla del urinario, donde mostraba una triste agonía que me afligió y decidí hacer algo para salvarla. Me proponía orinar, pero me aguanté cuando la vi cómo sucumbía en los orines dejados por otros sin higiene.

Ella hacía un esfuerzo extraordinario por escalar la loza con sus patas largas, pero todo era inútil; se resbalaba y volvía a zambullirse. Su cuerpo se debilitaba cada vez más por el esfuerzo. De nada le había valido tener esas ocho largas patas que ahora no le servían para nada.

Intentó subir por todos los lados del redondel del urinario, pero fue inútil. Pudo haber pensado que era mejor quedarse en ese lugar y vivir el resto de su vida con ese fétido olor, pero no sabía el drama de su existencia. Podía morir en la espera. Su mayor ilusión era tejer una red, atrapar a los insectos y comerlos. Ahora no podía hacer eso. Debía estar angustiada, esa araña. Yo tengo la orina contenida y el temor de echársela arriba; así le complicaría más la existencia.

No sé por qué me estoy complicando la vida. Pienso más en la suerte de ese animal y no en la mía. Lo tenía bien claro, no debía retener la orina; me lo alertó el urólogo en la última cita. Ya la próstata me viene dando problemas y debía ser cuidadoso.

Por cierto, en estos últimos días he sentido un agobiante dolor. Los calmantes me han ayudado, pero no debo hacer uso abusivo de ellos. Es más, estoy decidido a orinar y lo haré, por un lado, donde no le afecte a la araña.

La araña (cuento breve)

Así lo hice, y la orina salió lenta y calentita. De inmediato, la araña se movió para otro lado y no pude contener la orina. Entonces salió el chorro y se movió más rápido, como si quisiera huir del torrente. Por suerte, para ella, terminó y se quedó inmóvil, como si no quisiera ser vista por nadie.

La sensación moral de ayudar a la araña a salir del urinario movió mi conciencia. Sin embargo, me contuve. Me pregunté: ¿y si la araña no quiere eso? Si la ayudaba, ¿se modificarían todos los hechos sucesivos? ¿Qué podría sucederle? Me pregunté. Seguro moriría. Por lo visto, es el único final vislumbrado para la araña. Quizá no; después de marcharme, ella lograría vencer su propia debilidad y, haciendo grandes esfuerzos, alargaría sus patas y saldría.

Podría tener otros desenlaces fatales: vendría alguien después de mí, la sacaría y la mataría por temor a ser picado. O, alguien la mataría dentro del urinario, bajaría la palanca y el agua en remolino se la llevaría.

No. La araña no morirá. Debo hacer algo de forma inmediata. Podría tomar un pedazo de papel. Sí, así trepará y llegará al borde del urinario, pensé. Saldrá y se marchará por las paredes.

Así lo hice. La araña trepó, alcanzó el borde y se deslizó hacia afuera. Al fin llegó al piso y se quedó quieta. Yo me sentía feliz por la proeza de salvarla.

Me fui del lugar y regresé un rato después; olvidé bajar los orines. Al llegar, miré y encontré la araña al pie del urinario, plácidamente muerta. El autor es escritor y educador@VLopezAzuan.

Please follow and like us:@cumbrenews

About Author

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Suscribete a Nuestra Pagina