Ríos de leche (Cuento)
Por Virgilio López Azuán
Después de lamer el bloque de hielo, la vaca fue a pastar para tomar un descanso. Tenía la lengua llena de ampollas y apenas la movía dentro de su boca para no lastimarse. Su instinto le decía que dentro del bloque había alguien vivo y no descansaría hasta develar el secreto.
Sus ubres crecidas le provocaban dolor. Sacudió una de las patas y del lomo espantó las moscas con el rabo. Ese esfuerzo hizo que de las cuatro tetas empezara a brotar leche. Primero comenzó con gotitas intermitentes y luego fue como un hilillo. La vaca se quedó parada, sintiendo un ligero frío en la ubre. Trató de moverse, pero no pudo.
Los hilillos de las cuatro tetas se convirtieron en chorros y empezaban a correr entre las patas. Ahora parecen riachuelos salidos de la estepa helada del Polo Norte y viajan en dirección hacia abajo, hacia África, China, Europa y otra con rumbo desconocido.
La vaca siente sus patas congeladas y la temperatura de todo su cuerpo va en descenso. Mientras tanto, los ríos siguen su curso, van trazando caminos sinuosos entre valles y montañas. Uno de los ríos se dirige a las tierras bajas de África.
En el camino, su mancha blanca se metía entre los árboles, dejando un lecho como cicatriz. Arrastra las piedras y tumba los árboles sin asombrar a nadie. Nada tenía nombre y solo se escuchaban voces y gritos estentóreos de gigantes y dioses en plenas batallas, disputándose la creación del Sol y la Luna.
Cesaron las voces y los gritos, mientras el río sigue su camino hacia África. De pronto empieza a desvanecerse entre peñascos, se sumerge en la tierra y desaparece de la superficie. En las profundidades encuentra muchos minerales, se baña de riquezas y se fortalece.
Encuentra mármol, carbón, plata, diamante y petróleo. Vuelve a la superficie, renovado, con una fuerza insólita. Ya no era el pequeño río de leche blanca, era una leche de color negro, con el vigor para crear un mundo fuerte y maravilloso en todo el continente africano. Así fue. Al llegar a las llanuras, el dios blanco vomitó el sol y los rayos prendieron fuego a las praderas para formar los desiertos. El río pudo salvar gran parte de esas tierras.
Del lodo nacieron los hombres y las mujeres. Eran del color negro como la noche, fuertes y valientes. Hicieron sus casas a las orillas del río Negro, donde todos los días se bañaban para tintarse más con sus aguas, quizá como un desafío a los dioses.
Otro río, surgido de otra teta de la vaca, bajaba, por otro lado. Era leche blanca y se puso del color amarillo por atravesar grandes llanuras compuestas de arcilla. Una gran montaña le impedía el paso y por eso la bordeó. Por hacerlo, encontró grandes desfiladeros y se precipitó en forma de catarata. Siguió, y en los abismos y cráteres de los volcanes se sumergió.
Encontró inmensas minas de oro y azufre. El río bajaba en torrente y llenaba los grandes valles de China, dejando a su paso enormes dragones con las bocas llenas de fuego. Surcaban el cielo y la tierra encendiendo estrellas a su paso. Encontraron en el cielo grandes huevos negros gestando dioses nuevos.
El río amarillo lanzó a una pareja de pequeña estatura. No tardaron en someter a los dragones. Los enanos se convirtieron en los nuevos dioses, amansadores de serpientes y todas las fieras del bosque adentro.
El otro río conservó el color blanco con ciertos matices. Se internó por toda Europa, cruzó por Rusia y regó los campos de Alemania, Francia, España e Italia. Llegó a Portugal y ya era un enorme río que desembocaba en el océano.
Se hizo peregrino entre aguas saladas y dejaba un camino blanco por donde cruzaban dioses y semidioses, retando a las criaturas marinas. El río llegó al fondo donde yacían los dioses romanos, causantes de torvas marinas en los lugares donde nacieron los dioses griegos.
La última teta de la vaca, tuvo un desarrollo mayor comparado con las otras. De ella salía un río de aguas transparentes. Bajaba con velocidad de rayo y recorría todo el planeta. Sin embargo, en algunos lugares circulaba de forma lenta. Cuando encontraba zonas fértiles, lo hacía más rápido.
Era un tipo de agua virtual que no mojaba como los otros ríos. Era como una masa gaseosa donde se dibujaba el mundo circundante. Mucho tiempo después se habría de conocer con el nombre breve del río Quanto.
Después de recorrer grandes extensiones de tierra, el río empezó a lanzar máquinas, robots, cohetes y barcos; todos en forma de hologramas. La Tierra se convirtió en un planeta donde se confundían las criaturas reales y las virtuales. Todos se bañaban en el río y salían de allí como seres transformados, artefactos programados que volaban, matando a los dioses soñados. El autor es escritor y educador. @VLopezAzuan.