El libro de poemas “El Humano esplendor”, de Salvador Santana (l)
Por Virgilio López Azuán
Salvador Santana, poeta de San Juan de la Maguana, República Dominicana, que después de un largo silencio de más de 30 años sin publicar, presentó, el poemario, El humano esplendor (2017), el cual quiero comentar.
Ya en 1982 había publicado Las trompetas del mal humor, y en el 1985, Parrhisian. Y a buena hora apareció este creador con mundos gravitantes en su interior para mostrar que sus versos fraguados poseen una riqueza de esplendor en su lenguaje.
Desde el título de la obra nos asalta el mundo metafísico y emanaciones portadoras de la magia y los misterios hondos. Al mismo tiempo, las palabras humano y esplendor presentan varias interrogantes. ¿Dónde está el humano? Y ¿Cuál es el tipo de esplendor que de ese humano tiene procedencia?
A estas y otras preguntas nos aproximaremos buscando respuestas. Primero es analizar esa construcción, ese mapa que llamamos humano. Un mapa cuya existencia es biopsicosocial y esencialmente individual.
En esa construcción cabe todo, todos los “reinos de la tierra y de los cielos”, todo lo que existe y lo que no existe. Cabe la filosofía y la antifilosofía, la razón y los delirios, la locura y la muerte, la esperanza y el fin. Desde el primer leve y lejano latido, hasta la nada como vacío, desde los mundos construidos y los mundos por construir. Cabe cualquier cosa que imagines o jamás puedas imaginar.
¿Cuál humano hemos construido? ¿Dónde se encontró la materia prima para que seamos como somos? Todo sería inferir con argumentos emanados del lenguaje y la manera de vivir; también, apelar al producto de esa memoria biológica y emocional intrínseca que es capaz de acumular bigdatas asombrosas y que tanto se puede explicar por medio del estudio de la genética y la cuántica.
Ese humano que es capaz de convertir “en milagro el barro” y también es capaz de convertir en barro el milagro, que no son simples expresiones lingüísticas banales, son rutas para conocer algunos de los alcances de la llamada naturaleza humana. Ese humano habrá de sentir y enunciar su verdad según su mapa mental, sus ideas del individuo y del colectivo humano y natural.
Por eso, todos somos diferentes y nos expresamos de forma diferente. Por eso, la conceptualización de lo humano es tan compleja y por siglos filósofos se han roto y se “rompen las mentes” buscando definiciones, desde los presocráticos hasta los actuales.
En búsqueda de lo humano
¿El estado de lo humano es logrado en el poemario de Salvador Santana? Este cuestionamiento nos conduce a la interpretación de los estadios de realidad y de ficción con que el poeta crea sus mundos. También nos pondría en tránsito en las avenidas del placer estético que pueden estar contenidas en esos estadios.
La complejidad, la profundidad temática y la impronta de Salvador Santana en El humano esplendor dificultan la creación de un mapa terminado de lo humano. Y, pensándolo bien, jamás se creará un mapa que satisfaga —mucho menos cuando se trata de construir con el lenguaje poético— porque el fenómeno de la multivocidad creará humanos diferentes como diferentes son los lectores.
Quizá la ciencia pueda avanzar más rápido en el plano físico; pero en los planos estéticos, ontológicos y emocionales, siempre habrá dificultades para la creación de ese mapa. Para el caso que nos asiste, ese impulso vital expresado por el autor en su obra parece que estuvo aquilatado por mucho tiempo y saltó al lenguaje de palabras con fulgores de humanidad, con esa actitud de dejar rastro de lo humano en los poemas, y creo que fue más allá.
Esa estructura de lo humano aparece en el poemario de una manera amorfa, con la capacidad de ser mimética, cambiante. Se vislumbra a veces, esplendente, centelleante y difusa al mismo tiempo. Eso así, por el manejo del lenguaje, por el estilo, por la manera de introducir términos producto del automatismo; aunque presenta maravillas expresivas donde los saltos existenciales se tornan paradójicamente esperanzadores en el poema.
Lo que es verdaderamente humano para el poeta es su esplendor. También en el poemario es humana e inhumana la vida y la muerte: reside en nosotros y no pertenece a nuestro espacio vital: “La muerte no es de este mundo”.
Lo humano construido por el poeta es un humano lacerado, confinado, esperanzador, cautivo, libre y alucinante. De ese humano viene su esplendor, y es a la vez humano ese esplendor, visto el esplendor más allá que la cualidad de la persona o cosa que ha alcanzado su máximo desarrollo o su máxima perfección y se expresa como si fuera un resplandor.
Desde la concepción mística el esplendor es como el aura florecida, estado de plenitud suprema, de consumación después de la transmutación. Quizá más definiciones a este concepto las encontraremos desde las propuestas estéticas, las que presentan un estado subliminar o lo que ha venido del mundo prosaico, haciendo paso a paso, una arquitectura fractal del lenguaje, construyendo un estado poético.
El esplendor y Dios
En este caso de El humano esplendor, al referirse precisamente al esplendor, ya hemos dicho que esta palabra nos conduce a la idea de situarnos en altos planos de realización. En el campo místico; lo esplendente es un estado de brillo, de consumación, asociado al fuego, al aura, a la llama espiritual. En estos poemas de Santana ese brillo suele representarse con la imagen de la luna. “En el saco nocturno / demolieron el brillo de la luna / Y todo el brío del cielo / se derrama como vidrio / en la calle París” (pág. 32).
En estos versos la luna es una imagen que podría ser una evocación hecha por el poeta como si estuviera detrás de las rejas de una cárcel. O esa luna que sirve de referencia cuando se mira desde las calles para unir la ciudad con el cielo en un estado de contemplación. El poeta, insondable, como lo describo, tendrá la justificación para este caso. Por ello no quisiera entrar en el campo especulativo de redacción o corrección de estilo.
En el texto, ¿dónde entra Dios? Lo primero es que Dios aparece dos veces en los poemas. No es negado y no se refiere necesariamente al dios del cristianismo, sino a una deidad que manifiesta comportamiento humano, aunque aparezca en forma metafórica en los versos que presentaremos: “La noche se ahorca / detrás de la ventana / sin nadie que contemple / los escombros de Dios” (pág. 33).
Este dios emite quejidos y es capaz de hendir. El poeta lo ve como un mago: “El quejido de Dios / hiende la eternidad / con afilados huesos / de caballos perdidos” (pág. 39). Ese dios está en una de las “ciudades” imaginadas y las condiciones físicas de los seres descritas por el poeta, son: cadáveres, desechos inservibles…
¿Cuál es la alcoba y cuál es el aposento que como lugar común describe el poemario? Indudablemente que en la propuesta hay que identificar qué es la alcoba y qué es el aposento. La alcoba es el país, es la ciudad grande que el poeta construye, el aposento es la cárcel o un lugar al cual lo han confinado.
En ese sentido, la obra revela que esa confinación del autor-poeta, del que existe en esa dimensión, se expresa tanto en la alcoba-país como en la cárcel-aposento. Se convierte en prisionero en todos los espacios y va creando fronteras con su pensamiento existencial y la llama esperanzadora al mismo tiempo.
Lo hace con pasiones y sentimientos aprehendidos. La llama de la esperanza (el día), “se niega a curar / los rostros quemados / por la furia ciega / de vivir” (pág. 23). El ser existencial ha tocado el pesimismo extremo. Donde está la esperanza, está el día postrero donde avanza el ser-poeta: “En la arqueada magnitud / de la firme esperanza, / espera el día postrero. / Y hacia el paisaje hiriente / de la calle feroz, / acaso avanzo un poco” (pág. 25). El autor es escritor y educador.