Una desrealización al poema “Lucía” de Joaquín Balaguer (Segunda parte)
Por Virgilio López Azuán
En el caso de una composición poética también se produce la desrealización. Por ejemplo, los versos del poema “La boca”: “Muerte reducida a besos, / a sed de morir despacio, / das a la grama sangrante / dos fúlgidos aletazos. / El labio de arriba el cielo / y la tierra el otro labio” (Miguel Hernández, 1910-1942).
¿Puede una boca humana tener un labio en el cielo y en la tierra el otro labio? De ninguna manera. Pero el halo estético de estos versos genera volcanes de sensaciones conmovedoras. Es la magia de la hipérbole. Todo mundo olvida la “mentira” escrita por el poeta y pasa a planos de percepciones inimaginables. O sea, las acepciones comparadas con la realidad son sencillamente diferentes, pero al mismo tiempo están asociadas a la realidad y pueden producir placer estético.
Ahora diremos, el arte nos distancia del mundo real, nos aleja de ese mundo y eso se logra con el acto de desrealización, así lo argumentan estudiosos como J. P. Sartre, R. Ingarden, N. Hartmann o M. Dufrenne. Veremos lo que dice Alessandro Bertinetto cuando cita a A. Danto: “La idea central es que la experiencia del arte nos libera del mundo real mediante un acto de desrealización que conlleva el establecimiento de mundos posibles o ficcionales, que difieren del mundo en el cual vivimos”.
El poema “Lucía” nos aleja del “mundo real” y nos lleva a un “mundo ficcional”. Es ahí que el lector puede hacer un acto de desrealización donde puede sentir y pensar lo que quiera o lo que se le ocurra: “Tan lánguido, tan leve y tan sublime”. ¿Habrá algo más ingrávido o leve, y más sublime que una pompa de jabón? Por ejemplo, y guardando las distancias poéticas, Antonio Machado decía: “Yo amo los mundos sutiles, / ingrávidos y gentiles / como pompas de jabón”. Ambos aluden a lo leve, sutil e ingrávido.
En el caso de “Lucía” había algo más ligero: se trataba de una mujer, que debía ser delgada y grácil, a lo mejor de piel blanca y ojos de miel, que por su levedad estaba “apoyada a la brisa”, que apenas tenía un “tímido temblor”, como el temblor que emite la luna bajo el influjo de una noche plena.
El autor estaba interesado en el cuerpo de la mujer y en cómo este se presenta en su ámbito. Pensaba en su esencia y viajó con un desdoblamiento a esas regiones donde habita “lo bello” siempre con respecto a las realidades que conforman el ámbito. El objetivo era tener una experiencia estética y dejarla plasmada en el poema, para que también los lectores tengan su propia experiencia que no tiene que ser necesariamente la percibida por él.
O sea, que en el arte, se puede dar una doble desrealización: la del autor y la del que percibe la obra de arte. A lo mejor en el caso del autor de “Lucía”, por conductas, pasiones y hechos políticos, se pueden elaborar juicios que perjudican el análisis estético, la interpretación de los mundos posibles que subyacen en un poema o en una obra de arte en sentido general.
Siempre en estos casos traigo la filosofía del límite de Eugenio Trías, que lo horrendo es una condición de lo estético. De la mente más privilegiada o atroz puede surgir lo estético, lo demás solo son miradas diferentes; también, posiblemente válidas. Hay cerebros que procesan de la misma manera estos actos: propinar una puñalada a un niño es lo mismo que si le regalara una tierna rosa.
Esos actos son percibidos emocionalmente de la misma manera y con la ausencia de la voz ética del consciente. Entonces, ¿cuándo se juzga a un poema o una obra de arte, necesariamente hay que juzgar al autor? Si fuera así, los homofóbicos tendrían que enterrar grandes joyas de la literatura.
Ahora evocaremos a José Ortega y Gasset cuando escribe que la obra de arte es una isla imaginaria que flota rodeada de realidad por todas partes. Para que se produzca es necesario que el cuerpo estético quede aislado del contorno vital. En el caso que estudiamos, el poema “Lucía” no es lo trascendente, lo vital. La “Lucía” de la realidad estaba muy alejada de esa “Lucía” percibida por el autor, ya se estaba convirtiendo en “un cuerpo estético” que anda rondando las regiones donde se fraguan las obras de arte.
Ahora bien, todo acto de desrealización no tiene que tener un “cuerpo estético” y su producto no tiene que ser catalogado como obra de arte, aunque para Ortega y Gasset, según lo precitado no se sabe si “el cuerpo estético” es el arte mismo o es “la cosa” que queda después del aislamiento.
Bueno, se preguntarán si estoy preocupado por el valor artístico del poema “Lucía”, pues no lo estoy. Podría ser un ejercicio para otro escrito. Aunque no me puedo sustraer de orillar el mundo de las esteticidades con todas las implicaciones teóricas, filosóficas, subjetivas y tendenciosas que esto conlleva.
Lo que no creo es que una obra de arte se pueda concebir sin un acto de desrealización, de la naturaleza que sea, y mucho menos, si el que percibe la obra no logra una transmutación a lo estético con sus percepciones.
Al leer el poema “Lucía”, su ritmo interior, sus palabras, sus versos…, me producen un hondo placer, se abren páramos poblados de ensoñación capaces de desarraigar los rencores ideológicos, las luchas estudiantiles, el rebelde, y otorgar por un minuto un espacio de respeto no necesariamente al autor, sino a ese acto creativo.
Pero, cuando hago un acto de desrealización estética al leer ese bendito poema, me surgen ideas tan raras, tan hilarantes, que yo mismo soy el primer sorprendido.
Evoco nueva vez la bendita salamanqueja que cayó en la mesa la noche aquella, la mirada que le di a su piel, que no era más que un velo traslúcido, tendido en todo su cuerpo. Y “a través de su carne transparente, / como a través de un vaso de cristal, / se mira dilatarse la corriente / de su sangre de púrpura ducal”.
Así mismo, esa piel transparente de esa especie de salamandra, de esas que en nuestro país comen maripositas en las bombillas que colocan en los techos. Esa salamanqueja que por ser traslúcida casi se le aprecian sus órganos interiores, su escasa sangre, y sus ojos extraños capaces de soportar la luz.
¡Carajo, digo! ¡Fue a una salamanqueja que Joaquín Balaguer le hizo ese poema, no a una mujer! ¡Claro, amigos lectores! Esta expresión es solo producto de la desrealización y la polisemia.
Por último, no recomiendo hacer un acto ficcional de este poema como el que hice, tampoco se atrevan a leerlo literalmente. Ese acto me hizo ver por un momento que la “Lucía” de Balaguer no era más que una salamanqueja.
Mejor es hacer un acto de desrealización y quedarnos con esa maravillosa mujer, Lucía, que es capaz de hacernos percibir, sentir, conmovernos en las regiones del placer. A los hombres les digo: Esa Lucía que no es la de Balaguer ni la de ningún poeta o persona aviesa. Esa Lucía que aludo, puede ser la suya. ¡Quédese con ella!
Este es el poema de Joaquín Balaguer:
Lucía
Tan lánguido, tan leve y tan sublime,
cual de la luz el tímido temblor;
es su pie que parece cuando oprime
que no tiene más peso que una flor.
En una flor debió de haber nacido,
y a veces se diría que su piel
es un velo traslúcido tendido
sobre su fino cuerpo de clavel.
Y a través de su carne transparente,
como a través de un vaso de cristal
se mira dilatarse la corriente
de su sangre de púrpura ducal.
El autor es escritor y educador