22 de noviembre de 2024

‘No es un soplo la vida’, poemario de Daniel Beltré: una interpretación (1 de 8)

Daniel Beltré, escritor y abogado

Por Virgilio López Azuán

El Premio Anual de Literatura en el género poesía, Salomé Ureña de Henríquez 2020, que auspicia el Ministerio de Cultura de la República Dominicana, fue otorgado al poemario No es un soplo la vida de Daniel Beltré, quien es abogado, académico, ensayista y poeta. Se ha destacado en la política y posee buenas dotes de orador.

Este libro ya había sido publicado por la Editorial Santuario en el 2019 y cuenta con algo más de un centenar de poemas divididos en cuatro bloques. El primer bloque consta de un poema que se titula “La vida”, el segundo consta de sesenta poemas, el tercero de cincuenta y el cuarto de un solo poema compuesto por tres versos.

Los poemas están estructurados de forma libre: Unos de corta longitud y otros un poco más largos. El autor en sus reflexiones y contemplaciones utiliza las preguntas, algunas extremadamente largas con cargas semánticas profundas y muy prolongada respiración poética. Ejemplo

   “¿O responderé yo, / tu antiguo aprendiz de hortelano, / que en tránsito por tu mundo de rosas recala en la geografía de tus fantasías / con un aluvial en las manos del que emerge como muchedumbre el bulbo que trajiste a casa / y que finalmente se rinde dando vida a tus sueños de lirios?” (pág. 29).

El escritor Avelino Stanley sobre el libro premiado dice que este “es como un viaje del alma hacia el amanecer de un sol que sus rayos relucientes alimenta el colorido de la primavera”, el magistrado Antoliano Peralta Romero expresa que Daniel Beltré es “un auténtico poeta” y Ramón Constanza dice: “ Y es que como todo poeta Beltré es un creador, y los creadores son depredadores conceptuales que siempre están al acecho de una pista, de un indicio, de una insinuación o de un parecido que les sirva para plasmar en la realidad una idea concebida a partir de ellos” (pág. 13).

Tres poemas de entrada 

Desde el título de la obra, a los lectores con cultura musical, principalmente a los amantes del tango, les asaltaría la canción interpretada por Carlos Gardel y escrita por Alfredo Le Pera, “Volver”, la cual en sus versos dice: “Sentir que es un soplo la vida / que veinte años no es nada…”. En el caso del título del libro no afirma que la vida sea un soplo, sino que lo niega, lo cual es justificado por el poeta en la obra.

Sin que quepan dudas el título cumple con un propósito mercadológico. Niega lo que por largo tiempo suena en nuestros imaginarios, que la vida es un soplo. Es una verdad de nuestra cultura por la brevedad de la vida en contraposición a otras cosas más duraderas o la eternidad que se anhela y se espera producto de las creencias religiosas.

Eso llama la atención. Es como si dijeran, todo el tiempo he sabido que es un soplo la vida y ahora este libro me dice que no, que no es un soplo nada. Ya el lector queda atrapado, curioso de saber por qué el poeta niega lo que se percibe como el paradigma de la brevedad de la vida.

No hay que ir muy lejos, en el primer poema del libro “La vida”, el poeta intenta justificar el título recurriendo al simbolismo, al elefante cargado de píceas, a la tortuga que viaja por siglos de esperanzas, a la almeja Ming, o al sueño inmortal cobijado bajo la encina de Mamré.

Todos vinculados a largos espacios temporales sobre la faz de la tierra, contrario a la brevedad de un soplo. O sea, que la vida no es tan breve si la almeja Ming pudo vivir más de 500 años y ella es una forma de vida, ya que la concepción de la vida trasciende lo humano.

En ese mismo poema rescatamos los siguientes versos: “Una condena milenaria por afirmar que la tierra es hermosa / cesa para probar que la vida no se rinde ante el tiempo…” (pág. 19). Habla de una condena milenaria, también es largo ese tiempo.

El lector puede inferir que se trata de la condena como el que le infringió Zeus a Sísifo, de cargar una roca hacia la cima de una montaña, y estando arriba la roca rodaba hacia abajo, teniendo Sísifo que cargarla de nuevo por una eternidad; o al destierro de Adán y Eva del paraíso narrado en los textos bíblicos hebreos, con el cual me quedo para el análisis.

Aquí encuentro una conexión con el tema de que la vida no es un soplo, en este caso en una “condena milenaria”, lo que implica una larga espera para encontrar una amnistía. En los versos siguientes el poeta lo expresa: “Esperar la amnistía demandada durante miles de años / habla no solo de una espera larga, / tormentosa quizás…” (pág. 29).

Tomamos la palabra amnistía, por su significado opuesto, porque aquí se refiere al perdón del delito, del hecho, no así al perdón de la pena. Ese castigo, es planteado en los versos como eterno, no es un soplo, “de una vida que se queda en la oralidad infinita”, y que al mismo tiempo se hace “…carne, fecunda, eterna” (pág. 20). En este poema la vida se va multiplicando, “haciéndose la palabra” y luego la carne.

También existe un vínculo entre el título de la obra y el soplo de vida bíblico: “Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente” (Gn. 2-7) aunque no creo que el objetivo en el discurso fuera negar este soplo divino, sino que lo omite, no lo toma en cuenta.

En el poemario, el Génesis bíblico no es el principio, el principio es la vida. En su cosmogonía poética coloca el Génesis como segundo poema y justifica algunos versos del primero, “para probar que un hombre / si libre, no conoce la muerte (pág. 19)”. Ya el hombre está desterrado del paraíso, ya está condenado, ya estaba fuera del propósito divino, y va con su libre albedrío.

Y en ese génesis entra a escena la turbación de la libertad, las ansiedades, “Si las palabras tiemblan entre cristales escondidos” (pág. 23) quizá aludiendo a los ecos que provocan la soledad, “ si un alud de misterios nos controla / e inmoviliza los caminos de la lengua”, “ si la boca del asombro habla por nosotros”, “ si no somos más que piedra” (pág. 23), entonces algo tendrá que suceder después de esa vorágine, detrás de ese caos infinito, de esa turbación provocada por el desarraigo de aquel lugar que bien puede ser la  “vieja memoria de las rosas”, o sea, el paraíso.

¿Pero qué sucedió? La boca del asombro habló por nosotros, habló el despertar, se encendieron las luces del Mito de las Cavernas de Platón. Después de ese asombro filosófico, el final del poema es sencillamente espectacular: “… y de pronto renacemos abundantes y desnudos, es que nace el amor” (pág. 23). En definitiva ¿Sería ese el propósito divino? ¿El poeta nos conduce a esas conclusiones o es sencillamente una interpretación producto del fenómeno multívoco que provoca la poesía?

No nos paramos, en el tercer poema “Peregrinaje del ser”, no pudo ser más certero el poeta. Después de abordar la vida, el génesis, el nacimiento del amor; lo que sigue es el peregrinaje del ser. Hasta este momento se advierte un pensamiento coherente que sigue paso a paso una interpretación estética de lo humano y de la vida. (Continuará).

El autor es escritor y educador

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